Un análisis detallado de cómo la humedad, desde capilaridad hasta condensación, corroe la integridad estructural y el valor futuro de las propiedades en nuestro territorio.
El pulso de la construcción en Argentina vibra con energía, pero un adversario sigiloso, persistente y corrosivo, acecha desde las sombras: la humedad. No se trata solo de una mancha antiestética o un olor desagradable; hablamos de una fuerza erosiva que ataca la columna vertebral de cada edificación, comprometiendo no solo su estética sino su solidez y seguridad a largo plazo. Desde las entrañas de cimientos hasta la superficie de muros y losas, la infiltración de agua es una preocupación estructural ineludible que exige nuestra atención más rigurosa si queremos asegurar la resiliencia y el valor de nuestro patrimonio edificado.
Estudios recientes realizados por centros de investigación regionales, como los del CONICET y universidades con departamentos de ingeniería civil en Buenos Aires y Córdoba, demuestran que la exposición prolongada a la humedad es un factor crítico en la degradación acelerada de materiales constructivos. La capilaridad, por ejemplo, es un mecanismo insidioso donde el agua asciende desde el suelo a través de los poros de hormigones y mamposterías, transportando sales solubles que cristalizan al evaporarse, generando presiones internas que pulverizan los revestimientos y, a la larga, debilitan la matriz del material. Este fenómeno es particularmente prevalente en zonas con altos niveles freáticos o suelos arcillosos de nuestra geografía.
Pero la capilaridad es solo una de las caras del problema. La condensación intersticial en cerramientos mal aislados, las filtraciones por cubiertas y muros con deficiencias de impermeabilización, y las roturas en instalaciones sanitarias, actúan como vectores directos de agua hacia el interior de la estructura. El acero de refuerzo embebido en el hormigón, vital para su resistencia a la tracción, es vulnerable a la corrosión en presencia de humedad y oxígeno, expandiéndose y fisurando el hormigón circundante, fenómeno conocido como ‘carbonatación’ o ‘cloruración’. Maderas estructurales, comunes en entrepisos y techos, sufren ataques fúngicos y de insectos xilófagos, reduciendo drásticamente su capacidad portante. A futuro, este deterioro implica no solo costosas reparaciones correctivas y la devaluación del inmueble, sino también un incremento en el riesgo de colapso parcial o total, comprometiendo la seguridad de sus habitantes. Es imperativo adoptar una perspectiva energética y proactiva en la prevención y el monitoreo, invirtiendo en sistemas de impermeabilización y aislamiento de alto rendimiento, y en un mantenimiento periódico exhaustivo que blinde nuestras construcciones contra esta amenaza silenciosa.