
La inversión pública en estos proyectos es cuantiosa, movilizando recursos significativos del Estado. Vemos barrios que, de un día para el otro, pasan de la informalidad absoluta a contar con servicios básicos. Esto es un avance. Pero la perspectiva empresarial nos obliga a ir más allá del ‘checklist’ de infraestructura. ¿Cómo se traduce esta inversión en oportunidades de negocio sostenibles para el sector privado? La verdad sea dicha, a menudo los proyectos se conciben y ejecutan con una visión mayormente asistencialista, dejando de lado una planificación que incorpore incentivos claros para la generación de riqueza local y la integración económica de estas zonas. No es que falten las ganas, quizás falta la metodología para alinear el bien social con el buen negocio.
Desde el lente empresarial, se perciben oportunidades desaprovechadas. ¿Por qué no se articulan más agresivamente planes de desarrollo productivo que acompañen las obras de infraestructura? Imaginen microemprendimientos locales que surgen al calor de la nueva conectividad, comercios que encuentran nichos en la demanda mejorada o servicios de mantenimiento que son operados por los propios vecinos, con capacitación y apoyo técnico. Actualmente, la mayoría de los beneficios económicos directos terminan en las grandes constructoras que ejecutan las obras, sin generar un ‘derrame’ significativo que fortalezca el tejido empresarial de los barrios intervenidos. Es hora de poner las cartas sobre la mesa y exigir que la ‘urbanización integral’ sea verdaderamente integral, incluyendo un componente de desarrollo económico que le dé un sentido de verdadera inversión a estas obras públicas tan necesarias. Que el cemento venga de la mano con oportunidades de trabajo y negocio que perduren, transformando no solo el entorno físico, sino también la capacidad productiva de sus habitantes.