
Imaginemos las formas en que esto se materializa. Desde los tableros digitales, donde herramientas como el BIM (Building Information Modeling) o plataformas de co-creación online permiten que ideas frescas se conviertan en planos interactivos, hasta la participación activa en consultas públicas rediseñadas. Vemos a jóvenes proponiendo soluciones para espacios verdes, diseñando mobiliario urbano inteligente o incluso usando drones para el monitoreo de avance de obra, aportando una mirada ágil y eficiente. Son ellos quienes, por ejemplo, pueden señalar la necesidad de un punto de carga para bicis eléctricas en una plaza o la importancia de rampas inclusivas con una perspectiva diferente.
Este compromiso no solo enriquece los proyectos con ideas novedosas y soluciones tecnológicas que quizás a los más grandes se nos pasarían por alto. También le da a la obra pública una legitimidad y un sentido de pertenencia que es oro puro. Cuando una plaza o un centro comunitario es cocreado por los mismos jóvenes que lo van a usar, el cuidado y el orgullo por esa infraestructura se disparan. Menos vandalismo, más apropiación.
Y acá viene lo jugoso de la perspectiva a largo plazo y la mirada Mercosur. Pensá en el intercambio de experiencias. ¿Qué tal un ‘hackathon’ regional de diseño urbano para jóvenes? ¿O programas de pasantías transfronterizas donde estudiantes argentinos, brasileños y uruguayos trabajen en proyectos de infraestructura común, como la optimización de corredores logísticos o la creación de ecoparques en zonas de frontera? Esto no solo forma profesionales con una visión más amplia, sino que teje una red de futuros líderes regionales con una mentalidad colaborativa.
Mirando hacia adelante, para el 2030 y más allá, podemos esperar que la participación juvenil en obra pública no sea una excepción, sino la regla. Veremos cómo se institucionalizan los consejos consultivos juveniles en cada proyecto importante, cómo las universidades y escuelas técnicas integran estas prácticas de co-creación en sus programas, y cómo se destinan fondos específicos para iniciativas lideradas por jóvenes. La infraestructura del futuro no solo será “inteligente” por la tecnología, sino por la inteligencia colectiva y la visión a largo plazo que la juventud le está inyectando hoy. Es un win-win: los jóvenes construyen su futuro, y nosotros, como sociedad, cosechamos los frutos de su talento y energía. Es momento de darles el micrófono y las herramientas. ¡Nuestras ciudades lo agradecerán!