
Uno de los escollos más pronunciados reside en la **depreciación y el valor de reventa**. A diferencia de las construcciones “in situ” que, generalmente, aprecian su valor con el tiempo, muchas viviendas prefabricadas tienden a depreciarse o, en el mejor de los casos, a mantener un valor nominal que no acompaña la inflación del mercado inmobiliario. Este fenómeno se agudiza en mercados como el argentino, donde la escasez de oferta y la cultura de inversión en ladrillo favorecen a la construcción tradicional. Análisis comparativos con mercados más maduros como el alemán o el japonés, donde la prefabricación alcanza altos estándares y una aceptación cultural robusta, revelan que la clave reside en la estandarización de procesos, la trazabilidad de materiales y un marco regulatorio que equipare su calidad y durabilidad a la obra convencional. En Argentina, la disparidad de calidad entre fabricantes y la falta de una normativa unificada generan incertidumbre.
Las **limitaciones en la financiación bancaria** representan otro cuello de botella crítico. Entidades financieras, tanto nacionales como internacionales, suelen catalogar a las casas prefabricadas de manera diferente a las hipotecas de propiedades tradicionales. Esto se traduce en tasas de interés más elevadas, plazos de amortización más cortos o, en algunos casos, la denegación directa de créditos hipotecarios, especialmente si la vivienda no está anclada permanentemente o no cumple con certificaciones de durabilidad y habitabilidad equiparables a una casa de mampostería. Esta barrera financiera restringe el acceso al crédito, fundamental para la adquisición de una vivienda, y limita la liquidez del mercado secundario.
Desde una **perspectiva de costo total**, el atractivo inicial del “bajo precio” puede ser engañoso. El costo base de una unidad prefabricada a menudo excluye gastos esenciales como la adquisición del terreno, la preparación de la base (platea o cimientos), las conexiones de servicios (agua, luz, gas, cloacas), los permisos de construcción municipales y las tasas de impacto ambiental. Al integrar estos componentes, el diferencial de precio con una construcción tradicional de calidad comparable se reduce drásticamente, y en muchos casos, se anula. Además, la calidad de los materiales, los sistemas de aislamiento térmico y acústico, y la resistencia estructural a eventos climáticos extremos varían considerablemente entre proveedores, impactando directamente en los costos de mantenimiento a largo plazo y la vida útil de la edificación. Proyecciones a 2030 sugieren que, sin una mayor transparencia en los costos totales y una estandarización de la calidad, la percepción de valor de las prefabricadas seguirá siendo un desafío. El mercado exige una garantía de rendimiento y durabilidad que aún no es universalmente ofrecida.
En conclusión, si bien las casas prefabricadas ofrecen una velocidad de ejecución y una reducción de costos iniciales innegables, su viabilidad como una “buena opción” debe sopesarse con una mirada crítica y de largo plazo. El informe de Arquitecturar enfatiza que el consumidor informado de 2025 debe trascender el marketing y analizar el retorno de la inversión, las posibilidades de financiamiento y la durabilidad real, antes de considerar una alternativa que, en muchos aspectos, aún busca consolidar su estatus en el competitivo mercado inmobiliario global.