
Un análisis técnico de los pliegos de licitación y los proyectos arquitectónicos a menudo revela una priorización de la estética y la funcionalidad sobre la robustez de las soluciones de seguridad pasiva y activa. La integración de sistemas de videovigilancia con inteligencia artificial, control de accesos biométrico y sistemas de detección de intrusiones de grado industrial es todavía una excepción, no la norma. Más allá de la protección contra el hurto, la perspectiva de seguridad debe ampliarse para incluir la resiliencia operativa. ¿Cómo están preparados estos centros para eventos climáticos extremos, cada vez más frecuentes, o para incidentes de índole social que podrían comprometer la integridad de las colecciones y la seguridad de los visitantes? Un informe de la UNESCO de 2023 sobre la ‘Preparación Cultural frente a Desastres’ indicaba que menos del 15% de los museos en países en desarrollo disponían de planes de contingencia detallados y simulacros regulares.
En Uruguay, la arquitectura de muchos de estos nuevos centros, si bien visualmente atractiva, a menudo incorpora grandes superficies vidriadas y accesos múltiples que, sin la debida fortificación o monitoreo constante, se transforman en puntos de vulnerabilidad. La ciberseguridad también emerge como una preocupación creciente; la digitalización de acervos y la dependencia de sistemas de gestión conectados exponen a estas instituciones a riesgos de intrusión digital que pueden paralizar operaciones o comprometer datos sensibles. La capacitación del personal en protocolos de seguridad, desde la evacuación hasta la gestión de crisis, es otro punto flaco recurrente. Mientras la visión de una Uruguay culturalmente rica y descentralizada es plausible, la concreción de estos proyectos exige una revisión profunda de los parámetros de seguridad e inversión en infraestructuras resilientes, no solo como salvaguarda de nuestro patrimonio, sino como garantía de la continuidad y el propósito mismo de estos valiosos espacios públicos.