Un análisis detallado de los impactos destructivos del agua en la integridad de las construcciones y las proyecciones climáticas que acentúan el riesgo global.
La resiliencia de una construcción moderna no solo se mide por la calidad de sus materiales o la pericia de su diseño, sino también por su capacidad para resistir los embates de su entorno más inmediato. En este sentido, la humedad emerge como uno de los adversarios más insidiosos y persistentes que pueden comprometer la longevidad y seguridad de cualquier vivienda. Lejos de ser un mero problema estético, el ingreso y la persistencia del agua en la estructura de un inmueble representan una amenaza progresiva y multifacética, capaz de desencadenar una serie de deterioros que, de no ser atendidos a tiempo, pueden tener consecuencias catastróficas. Desde nuestra perspectiva en “Arquitecturar”, y en un escenario donde los patrones climáticos globales se muestran cada vez más erráticos, comprender sus mecanismos y sus profundas implicancias estructurales es más crucial que nunca para la planificación y el mantenimiento edilicio en Argentina y el mundo.
La humedad ataca las estructuras a través de diversas vías: la capilaridad ascendente desde el suelo, la condensación generada por diferencias térmicas internas y externas, y las filtraciones directas por fallas en cubiertas, fachadas o sistemas de drenaje. Cada una de estas manifestaciones tiene un impacto corrosivo y degradante específico. A nivel de los cimientos, la presencia constante de agua puede llevar a la corrosión de las armaduras de acero, expandiendo el material y fisurando el hormigón, lo que disminuye drásticamente la capacidad portante de la estructura. En muros, la capilaridad no solo provoca eflorescencias y desprendimiento de revoques y pinturas, sino que también debilita ladrillos y bloques, comprometiendo su resistencia mecánica. La madera, presente en techos y entrepisos, es especialmente vulnerable, sufriendo putrefacción y pérdida de su integridad estructural, tal como se observa en edificaciones antiguas de Europa con problemas de humedad crónica en sus vigas.
Desde una perspectiva ambiental y con proyecciones a futuro, el escenario es preocupante. Informes recientes del Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC) advierten sobre un aumento en la frecuencia e intensidad de eventos de precipitación extrema en diversas regiones, incluyendo gran parte de Sudamérica. Esto significa que las estructuras estarán expuestas a mayores volúmenes de agua en períodos más cortos, exacerbando los problemas de escurrimiento y filtración. Ciudades costeras en países como Bangladesh o los Países Bajos, ya altamente vulnerables a la subida del nivel del mar y tormentas, invierten miles de millones en infraestructura de contención y drenaje avanzado, una señal clara de la urgencia global. Incluso en regiones con climas tradicionalmente más secos, la variabilidad climática proyecta riesgos inesperados.
El análisis de coyuntura para Argentina indica que la inversión en soluciones de impermeabilización de alta calidad, sistemas de drenaje adecuados y una ventilación eficiente no debe ser vista como un gasto, sino como una inversión estratégica para la durabilidad del patrimonio. La normativa y las prácticas constructivas deben adaptarse a estas nuevas realidades, promoviendo el uso de materiales hidrófugos y técnicas que garanticen la estanqueidad. La falta de atención a la humedad no solo conlleva costos de reparación que pueden superar ampliamente el valor original del inmueble, sino que también degrada la calidad de vida de sus habitantes y disminuye significativamente el valor de mercado de la propiedad. Por ello, la inspección preventiva y el mantenimiento proactivo son pilares fundamentales para salvaguardar la integridad de nuestras viviendas frente a este enemigo silencioso y cada vez más potente.