El ir y venir diario, el ascenso y descenso de generaciones, el simple acto de pasar de un nivel a otro: pocas estructuras en un hogar o edificio encapsulan tanta actividad como una escalera. En Argentina, donde la dinámica constructiva de la última década ha visto un auge en proyectos de diversa escala –desde viviendas unifamiliares con un diseño cada vez más audaz hasta desarrollos urbanos verticales–, la elección de este elemento trasciende largamente lo meramente estético. No es solo un objeto de diseño; es una arteria vital que, si no se concibe con criterio, puede convertirse en un punto ciego de funcionalidad y, lo que es peor, de riesgo. ¿Estamos prestando suficiente atención a cómo elegimos estos pilares de nuestra conectividad espacial?
Mirando la evolución de nuestras construcciones post-2015, es evidente que el concepto de ‘escalera’ ha mutado. Pasamos de lo puramente utilitario a una pieza central de diseño. Sin embargo, este énfasis estético no puede eclipsar sus fundamentos. Un informe reciente de la Cámara Argentina de la Construcción (CAMARCO), aunque no específico solo para escaleras, subraya la importancia de aplicar buenas prácticas en todas las etapas del proyecto para evitar siniestros. Para una escalera, esto se traduce en entender que cada milímetro cuenta. Pensemos en la relación huella-contrahuella: la ‘fórmula de Blondel’ (2 alturas + 1 huella = 63/64 cm) sigue siendo un principio de oro, buscando una pisada cómoda y segura. En nuestros hogares y oficinas, una contrahuella superior a 18 cm o una huella inferior a 28 cm suele ser un primer aviso de problemas, especialmente para niños, personas mayores o quienes cargan bultos. Y no olvidemos el ancho libre: para un tránsito fluido en viviendas, al menos 90 cm son deseables, mientras que en espacios públicos o comerciales, la normativa exige mucho más, y con razón. Se trata de prever el movimiento, no solo el punto de apoyo.
Pero la seguridad no se detiene en las dimensiones. La elección del material es crucial. Mientras que el hormigón armado ofrece robustez y versatilidad estructural, requiriendo acabados antideslizantes; la madera aporta calidez, pero exige un tratamiento superficial resistente al desgaste y una instalación impecable para evitar crujidos o deformaciones. Las estructuras metálicas, por su parte, brindan ligereza visual y se adaptan a diseños modernos, pero su mantenimiento contra la corrosión y la elección de superficies no resbaladizas son puntos críticos. ¿Y qué de las barandas? Su altura mínima (generalmente 90 cm en Argentina) y el diseño de sus barrotes o paneles son vitales para evitar caídas, particularmente en presencia de niños. Los pasamanos, ergonómicos y continuos, son un ancla de seguridad fundamental. La iluminación, un elemento a menudo subestimado, debe asegurar la visibilidad de cada escalón, evitando sombras engañosas. En la última década, hemos visto cómo pequeños detalles, desde la correcta elección de un acabado cerámico hasta la instalación de un sensor de presencia para la luz, han marcado la diferencia entre una escalera ‘bonita’ y una escalera ‘inteligente’. Al final del día, nuestra tarea como profesionales y usuarios es demandar que cada ascenso sea un paso firme y cada descenso una suave transición, sin concesiones en lo que respecta a la seguridad y la funcionalidad que merece cualquier espacio en nuestra Argentina.