
Arquitectónicamente, el reto ha sido mayúsculo: crear espacios funcionales, seguros y dignos que, a la vez, sean flexibles para adaptarse a las cambiantes necesidades de salud de la comunidad y a las limitaciones del terreno. La elección de materiales que respondan a la durabilidad y al bajo mantenimiento, la orientación estratégica de las estructuras para maximizar la luz natural y la ventilación cruzada, y la integración paisajística han sido consideraciones cruciales para generar ambientes terapéuticos y acogedores. Desde la perspectiva emprendedora, estos proyectos han demandado una capacidad excepcional para identificar y movilizar activos locales, desde mano de obra calificada hasta técnicas constructivas vernáculas que minimicen costos y tiempos de ejecución, maximizando así el impacto social por unidad de inversión.
La evolución de estos centros también refleja un cambio paradigmático en su propósito: de ser meros dispensarios de medicamentos, muchos se han transformado en nodos comunitarios multifuncionales que no solo ofrecen servicios médicos básicos, sino que también promueven activamente la prevención de enfermedades, la educación para la salud, el empoderamiento ciudadano y la participación comunitaria. Esta expansión de roles ha exigido diseños arquitectónicos que contemplen espacios versátiles como salas de reuniones, áreas para talleres, consultorios de especialidades diversas y, en algunos casos, zonas verdes para el esparcimiento y la interacción social, complejizando la tarea del arquitecto y del gestor de proyectos. La historia de los CAPS en Latinoamérica es, en esencia, una narrativa de resiliencia y de la constante búsqueda por cerrar la brecha de inequidad a través de la infraestructura pública estratégicamente planificada y ejecutada, demostrando que edificar salud es, en última instancia, construir futuro y ciudadanía.