Más allá del asfalto, los pasos a desnivel y nodos complejos se consolidan como arterias económicas clave para la competitividad de Chile en 2025.
Sentir el motor rugir sin avanzar es una postal demasiado familiar para cualquiera que se desplace por nuestras ciudades y carreteras. Pero en 2025, el panorama está mutando. Ya no hablamos solo de descongestión, sino de una visión ambiciosa y puramente económica que está redefiniendo la infraestructura vial de Chile: los pasos a desnivel y la optimización de nodos complejos. Esto no es solo ingeniería; es una declaración de intenciones sobre cómo queremos que el billete fluya por nuestras regiones. La urgencia de estas obras va más allá del confort del conductor; es una inversión estratégica que promete inyectar vida a las economías regionales, conectar centros productivos con puertos y mercados, y, en definitiva, hacer que cada minuto y cada peso invertido en transporte se traduzca en progreso tangible.
Imagina un camión que transporta fruta de O’Higgins a San Antonio, o minerales desde Antofagasta al puerto local. Cada minuto atascado en un cruce se traduce en costos operativos mayores, menos viajes por día, retrasos en la cadena de suministro y, al final del día, una pérdida de competitividad para nuestros productos. Los nuevos pasos a desnivel y la reingeniería de esos ‘nudos ciegos’ eliminan estas fricciones. Reducen drásticamente los tiempos de viaje, optimizan el consumo de combustible –un ahorro no menor en el escenario energético actual– y liberan capacidad vial. Estamos viendo proyectos cruciales en Valparaíso, donde la conexión de los accesos a los puertos es vital para la logística exportadora. En la Región del Biobío, los bypass y distribuidores viales son fundamentales para integrar las zonas industriales y forestales, evitando que el tráfico pesado estrangule las urbes. Incluso en el norte, la optimización de enlaces para las grandes faenas mineras se traduce en mayor eficiencia y seguridad para la fuerza laboral. Piensen en la tranquilidad que genera. No solo para los conductores, sino para los negocios que dependen de la puntualidad. Estos proyectos no son solo un montón de hormigón y acero; son promesas de fluidez, de seguridad y, sí, de más lucas circulando. Fomentan la inversión privada al mostrar una infraestructura de apoyo robusta, y elevan el valor de los terrenos cercanos al mejorar la accesibilidad. Es un win-win: menos estrés, más eficiencia, más actividad económica. La coyuntura actual nos muestra un Estado que, en conjunto con concesionarias, está priorizando estas obras como motores de reactivación y desarrollo a largo plazo. No siempre es fácil; los desafíos de expropiaciones y coordinación son gigantes. Pero la apuesta es clara: destrabar el flujo vehicular es destrabar el potencial económico de nuestras regiones. Es tiempo de mirar la carretera no solo como un camino, sino como un verdadero sistema circulatorio que bombea vida a la economía chilena, un nudo a la vez.