
El primer y más evidente cuestionamiento recae en la eficiencia energética. Los volúmenes generosos inherentes a las dobles alturas presentan un desafío térmico significativo. Calentar o enfriar un espacio que duplica o triplica el volumen estándar de una habitación implica, invariablemente, un consumo energético desproporcionado. La estratificación térmica, donde el aire caliente asciende y el frío se mantiene en las zonas habitables inferiores, no solo genera incomodidad sino que obliga a los sistemas de climatización a trabajar con mayor intensidad y, por ende, a consumir más recursos. En un panorama global donde la transición hacia edificaciones de consumo de energía casi nulo (NZEB, por sus siglas en inglés, impulsadas en Europa desde hace años) es una prioridad innegociable, mantener estos derroches operativos es, sencillamente, insostenible. Los cálculos de la huella de carbono de edificios con estas características revelan, sin matices, un impacto superior en comparación con diseños más compactos y eficientes, contradiciendo los principios de una construcción responsable.
La proporción también juega un papel crucial. Mientras que una doble altura bien diseñada puede evocar magnificencia, una mal concebida puede deshumanizar el espacio, generando una sensación de vacío o desescala. La experiencia internacional nos ofrece lecciones valiosas: mientras que en mercados como el de Estados Unidos o Medio Oriente, la monumentalidad sigue siendo un atractivo, en regiones como los países nórdicos o Japón, la prioridad se ha desplazado hacia la eficiencia espacial, el confort térmico y acústico optimizado, y la integración con el entorno, a menudo con alturas más contenidas pero inteligentemente diseñadas. El panorama emergente en Chile, con una creciente conciencia ambiental y la necesidad de optimizar recursos en un contexto de precios energéticos volátiles, nos empuja a cuestionar la lógica detrás de cada metro cúbico. Las proyecciones futuras apuntan a que el verdadero lujo residirá en la capacidad de crear ambientes que armonicen la estética con una eficiencia inmaculada, donde el diseño inteligente de la proporción y la anticipación de la acústica y la termodinámica sean intrínsecos al proyecto, y no meros parches. Es hora de que el sector arquitectónico y de construcción chileno lidere una discusión más profunda sobre cómo diseñar espacios que no solo impresionen, sino que también sirvan a nuestro planeta y a la calidad de vida de sus habitantes a largo plazo.